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Personajes
Flores de papel
Dramaturgia de Egon Wolf
Personajes
PERSONAJES
Eva
El Merluza
Escena 1
Escena primera
(Escenario: Living de pequeño departamento suburbano, arreglado con esmero, con mano femenina, confortable, íntimo. Dos puertas, además de la de entrada, una al dormitorio, la otra a la cocina. Una ventana. En una jaula, un canario. En algún lugar, un caballete con un lienzo a medio pintar. Caja de óleos. En otro, figuras hechas de paja: peces, cabezas de animales diversos [burros, cerdos, gallos, etc.] La escena está vacía.Luego entran Eva y El Merluza. Eva, 40, bien vestida, con medida elegancia. El Merluza, 30, zarrapastroso, sucio, despeinado, flaco, pálido. Eva, que abre la puerta, entra resueltamente. Va hacia la cocina. El Merluza queda en la puerta, titubeando entrar. Trae dos grandes bolsas de papel. Tirita con todo el cuerpo. Mira la habitación con tímida curiosidad.)
Volviendo de la cocina
Bueno, pase. ¡Pase! ¡Déjelos ahí, en la cocina!
El Merluza entra con respetuosa cautela, sin dejar de mirar los objetos. Deja las bolsas en el suelo, en medio de la habitación
Ahí no! En la cocina. Al lado del horno, por favor.
El Merluza hace como le dicen. Vuelve a salir sin las bolsas. Eva ha entrado al dormitorio. Sale peinándose con una escobilla. Saca un billete de su cartera y se lo pasa.
Aquí tiene, y gracias.
El Merluza no toma el billete que le pasan.
¡Tome! ¿No me va a decir que me trajo los paquetes por nada?
El Merluza la mira fijo
Bueno, entonces, muchas gracias. Ha sido muy amable.
El Merluza no le quita la vista
Muy amable. No tenía por qué hacerlo. Muchas gracias.
Con voz impersonal; dolida
Preferiría que me diera una taza de té.
Un poco sorprendida.
¿Té?
Usted tiene, ¿no es cierto?
Claro que sí, pero… No tengo tiempo. Voy a prepararme el almuerzo y luego tendré que salir.
Vuelve a ofrecerle el billete.
Con esto puede servirse una taza en cualquier parte. En la esquina hay una fuente de soda.
Cualquier parte no sería lo mismo.
Interesada
Ah, ¿no? ¿Y por qué?
No sería lo mismo.
Siempre con su mirada fija en ella
Bueno, pero… No tengo tiempo, ya le dije. Tome y váyase, que tengo que hacer.
Abajo me están esperando.
¿Quién lo está esperando?
El Miguel y El Pajarito.
¿Los dos que nos venían siguiendo?
El Merluza asiente
¿Y? ¿Qué quieren? ¿Para qué lo esperan?
Para «pincharme».
Y ¿qué quiere que le haga yo? De modo que era esa la razón de querer traerme los paquetes, ¿eh? Viniendo conmigo no podrían cargar contra usted, ¿eh?
Molesta
Van a matarme.
Eso es asunto suyo. No me moleste más, le digo. ¡Váyase!
Nunca creí que fuera tan dura. No tiene cara.
Bueno, se equivocó, entonces.
Desde que la vi, el año pasado, pintando esas flores en el Jardín
Botánico, pensé que era distinta.
Pausa
¿Jardín Botánico? ¿Usted me vio allí?
Estaba detrás de la jaula de los loros, pintando unas matas de laureles.
Siempre mirándola fijo
Tenía puesto un sombrero de paja clara, con una cinta verde… Y un pañuelo con unas vistas de Venecia
¡Vaya! ¿Es un buen observador, eh?
Baja la vista.
Observo ciertas cosas
De modo que su oferta de llevarme los paquetes…
Turbada
¿Qué me dijo que quería? Apuesto que no ha comido hoy día.
Una taza de té.
¿No quiere mejor un plato de sopa?
Lo que quiera darme.
Tengo una sopa de anoche. ¿Se la caliento?
Como usted quiera.
Bien; siéntese, mientras yo trabajo.
Entra en la cocina. Se oye cómo se afana con las ollas. El Merluza, en tanto, queda parado donde está. No se mueve. Eva vuelve a salir después de un rato
Pero siéntese. No va a estar parado, ahí, todo el día.
No con esta ropa.
No creo que a los muebles les importe
El Merluza saca un periódico de algún bolsillo y lo desdobla cuidadosamente, minuciosamente, y lo pone sobre uno de los sillones. Se sienta sobre él. Eva ve el gesto y se sonríe. Afirma la puerta de la cocina con una silla para que no cierre y poder hablar a través de ella. Desde la cocina.
¿Va mucho al Jardín Botánico?
A veces
¿A ver las flores?
No. A darles maní a los monos.
¿Le gustan los monos?
El Merluza se encoge de hombros.
Yo los encuentro sucios, groseros. ¡No los resisto! Verlos, ahí, sacándose los piojos, ¡ante todo el mundo!
Hacen lo que pueden.
Y ¿tiene tiempo para eso?
¿Para qué?
¿Ir al Jardín?
Me las arreglo.
¡Yo quisiera tener más!
En ese momento El Merluza cae bajo los efectos de calambres que no puede controlar. Recorren todo su cuerpo. Tiene que aferrarse de la mesa para poder mantenerse en posición. Le preocupa que Eva lo vea en ese estado. Vuelve su espalda hacia la puerta de la cocina y aprieta sus brazos entre las piernas. Eva ha visto, sin embargo. Finalmente logra dominarlos.
Y ¿cómo le va ahí, en el Supermercado? Clientela, ¿encuentra?
Siempre hay alguien que le pesan los paquetes.
Eva sale de la cocina con un plato servido con sopa y servicio para él y para ella. Pone todo sobre la mesita. El Merluza se levanta en el acto.
No está muy caliente, pero supuse que le gustaría más así. ¡Siéntese!
Esta muy bien, así.
¡Sírvase!
El Merluza toma el plato y comienza a cucharear de pie.
Pero, ¡siéntese, hombre, por Dios!
Retorna a la cocina y vuelve a salir con un huevo duro y un tomate y un vaso de leche. Los pone sobre la mesa
No me voy a servir si usted sigue ahí, de pie.
Es bastante… consideración la suya de convidarme con esto, para que me tome la confianza de sentarme junto a usted… Donde no me corresponde.
Francamente
¿Y si yo le digo que no me importa?
Creí que lo decía por parecer… natural
Se sienta
No está bien abusar de la confianza.
Indicando el plato de Eva
¿Es por la «línea»?
Ríe
Ah, ¡sí! ¡Por la «línea» ¡Si no fuera por esto, estaría como un globo! Tengo una tendencia terrible a engordar. Como un pan y engordo un kilo.
Es una lástima.
Sí. Y una molestia.
Cuchareando
Es justo al revés del Mario.
¿Y quién es el Mario?
Un amigo. Cada vez que come un pan enflaquece medio kilo. Ya está en los huesos. De porfiado le viene. Los doctores le dicen que coma más, pero es porfiado.
La mira a los ojos, con mirada inexpresiva, concentrada
No debería hacer eso.
¿Qué cosa?
Comer tan poco. No le vaya a hacer mal. No se vaya a morir.
Y si pasara, ¿a quién le importa?
Baja la cara
A mi me importa
Siguen comiendo un instante en silencio, cada uno pendiente de su plato. El Merluza cucharea, pero no le quita los ojos de encima. Después de un rato, Eva se levanta nerviosamente
Media en risa
De modo que en eso mata el tiempo, ¿eh? ¿En ir al Botánico a ver como una solterona mata su tiempo, pintando laureles en flor?
Va hacia la cocina. Vuelve con sal y servilleta
Porque es lo que le parezco, ¿no es cierto? ¿Una solterona que mata su tiempo?
El Merluza la mira; no responde
A ver, ¡diga! ¿Qué cree que soy?
Una mujer
No, ¡no! Lo que digo es: ¿soltera o casada?
Casada
A ver, ¿por qué?
Por la manera como cruza las piernas.
Ríe
¡Qué divertido! ¿Y por qué? ¿Cómo cruzan las piernas las solteras?
Inexpresivo
No las cruzan.
Ríe nerviosamente
¡Qué divertido es usted! Diga… ¿Siempre mira tan fijo a la gente?
El Merluza baja inmediatamente la mirada. Eva enternecida; estimulada
Bueno, acertó. Soy casada. ¿No le preocupa eso? ¿Que, de repente, entre mi marido y me encuentre, aquí, con usted?
Por lo bajo.
¿Qué podría pensar?
Coqueta
¿Y por qué?
No se divierta a costa de la pobreza.
Momento de embarazo. A El Merluza le sobreviene otro acceso de temblores, que apenas logra reprimir.
No sabe qué hacer
Coma, hombre. No ha comido nada
El Merluza hace un gesto que no importa
El trago, ¿eh?
Pausa
¿Necesita un trago para calmar eso?
El Merluza hace un gesto vago. Eva va hacia la cocina y vuelve con un vaso con vino, que El Merluza le arrebata y bebe ávidamente. Eso termina por calmarle.
Casi, ¿eh?
¿Casi qué?
Bueno… Casi. No quise ofenderlo. No me estaba divirtiendo a costa suya; es que me parece tan… bueno, tan raro, que usted me recuerde, entre tantas otras. Hay otra gente que pinta en el Jardín. El viejo del sombrero de diablo fuerte azul, por ejemplo. ¿Lo ha visto? El que llega con su pisito de mimbre. A veces con un perro; otras sin él.
Ríe
Un día se enojó conmigo por la forma como uso los tonos verdes. Casi me gritó que no era académico. Nunca supe qué quería decir con eso. Daba vueltas alrededor mío, agitando su bastón. Creí que me iba a botar el caballete.
Durante todo el monólogo, El Merluza está como doblado sobre sí mismo.
¿Le duele algo?
No
Y, entonces, ¿qué le pasa?
Después del «baile», siempre se me encoge el estómago.
Tengo calmantes. ¿Quiere?
No, gracias.
Escena 4
Escena cuarta
¿Quiere que me vaya?
Eva sale poniéndose la bata sobre el vestido. No puede dejar de sonreír de ver la facha de El Merluza, parado en medio de la habitación, los brazos caídos, envuelto en la manta, la cabeza envuelta con la toalla, las piernas desnudas, culpable, compungido, contrito
¿Y por qué voy a querer que se vaya?
Por lo del pajarito. Desde que llegué no he hecho otra cosa que armar líos.
Usted no es más que un niño consentido, Beto.
Rechazarle con tanta grosería los lindos pantalones que me compró.
Eva lo toma de una mano
Venga, niño consentido. Hace tiempo que creo que debemos hablar algo. Poner algo en claro.
Con todo el cariño con que usted me ha recibido
Eva lo sienta a su lado en el sillón. Le pone un dedo sobre los labios
¿Qué estabas haciendo en el Jardín Botánico el día que yo pintaba laureles, niño regalón?
Bueno… Andaba por ahí…
Vamos, dime la verdad…
El Merluza, se mantiene alejado de ella.
Usted me tutea.
Hazlo tú también, si lo deseas. ¿No me voy a quebrar, por eso, no crees?
Ahí la tenemos otra vez, riéndose de mí.
Impaciente
Oh, Beto, vamos, déjate de cosas, ¿quieres? No vamos a pasar una vida, tú con tus susceptibilidades y yo, aquí sin saber cómo tomarte. Yo sé que no eres lo que pareces o lo que pretendes parecer. Algún desliz, alguna resbalada por la pendiente de la vida
Hace un gesto como divertida de su propio cliché.
te llevó donde te hallas ahora, pero yo sé que no eres lo que pareces… O no pareces lo que eres. A mí nada de eso me importa; ya ves que ni siquiera te pregunto. ¿Me puedes culpar de eso: de haberte preguntado?
El Merluza, niega con movimientos de cabeza
No, ¿no es cierto? Entonces, ¿por qué no te pones a tono? ¿Hablamos de igual a igual?
¿De igual a qué?
Bueno, de igual a igual, ya te dije.
Y si yo no fuera lo que pareciere o no pareciere lo que fuera, no podríamos hablar así, ¿no es cierto? ¿De igual a igual?
Bueno, tal vez, no…
¿Por qué?
Porque ahí estarían tus susceptibilidades, impidiéndolo.
Se acerca un poco más a él
Vamos, tontito, dime… ¿Qué hacías en el Jardín?
Mirando los loritos.
No, en verdad… ¿Qué hacías?
Con ritmo acelerado
El Mario me había mandado a recoger puchitos frente al quiosco del orfeón, para hacer tabaco molido, para ir a venderlo al prostíbulo de «La Marquesa».
Pausa
No quieres confesarlo, ¿eh?
También la Chencha, la vieja sorda que vende diarios frente al Congreso, me había pedido que le fuera a tirar las plumas a la cola de los loros, para hacerse un adorno para el sombrero.
Ayer, recién llegado, me dijiste que hace un año me recordabas pintan do laureles en flor en el Jardín, con mi sombrero de paja de cintas verdes. A menos que seas muy observador y tengas una memoria muy especial, nadie podría creerte que pudieras guardar esos detalles durante tanto tiempo, si no fuera por una razón muy especial, también…
¿Razón especial?
Inclinación especial…
¿Inclinación especial?
Está de espaldas a ella, alejado de ella.
Oh, Beto, ¡no seas tan… tímido!
El Merluza se levanta
Es que no puede ser.
Desde su lugar.
¿Por qué?
¿A dónde conduciría eso?
¿Y a quién le importa? Es raro que tú, con la vida que llevas, te estés preocupando del mañana. Como si toda tu vida te hubieras pasado previendo cosas. Apuesto que en tu vida te has preocupado de nada. ¿Por qué te preocupas ahora, entonces? ¿Estoy preocupada yo, acaso?
Con usted es diferente.
¿Por qué conmigo?
¡Porque usted sabe lo que yo no sé!
¿Qué es lo que sé?
Que yo no soy lo que parezco o no parezco lo que soy. En cambio yo sólo sé que soy lo que parezco y no que no soy lo que no parezco. En otras palabras, usted tiene su fantasía y yo sólo mi realidad, que es mucho más pobre, mucho más triste, mucho más desilusionante.
Con voz entrecortada
Esa es la ventaja que usted me lleva, aunque usted diga que no me preocupo. Lo que pasa es que uno se preocupa tanto de preocuparse, que al final, ya no se preocupa más de preocuparse.
Beto… Beto, ¡vuélvete!
El Merluza, se vuelve. Baja la vista
Si fueras sólo el pobre vagabundo que aparentas ser, no podríamos siquiera entablar esta conversación, ¿no te parece? Ya lo nuestro habría terminado hace mucho tiempo. Ayer mismo tal vez; después de darte la sopa caliente, te habrías largado, porque es muy seguro que habrías terminado por aburrirme. No hay nada más aburrido que la conversación de los pobres cuando se autoconduelen, ¿no te parece?
Al Merluza le parece. Asiente con la cabeza, siempre mirando al suelo. Eva se acerca a él. Le loma de un brazo
Desde el primer momento que te vi, supe quién eras. Comprendo que tu timidez debe ser consecuencia del mal trato que te ha dado la vida. Cosas que te han sucedido han terminado por acoquinarte. Quiero que me creas muy sincera cuando te digo que a mí no me importa. No pongo barreras falsas entre nosotros, ¿me comprendes?
El Merluza, comprende
¿Crees que soy tu amiga, Beto?
El Merluza, cree
¿Entonces?
Entonces vamos a tener que cambiar los muebles que hay aquí.
¿Los muebles? ¿Por qué?
No me gustan.
¿No te gustan?
Es lo que dije
Bueno… Qué tiene que ver…
No tienen clase.
¿Clase?
Estilo… No tienen estilo.
Con irritación
¡Trastos que uno encuentra por miles, por ahí, en cualquier negociucho de adefesios de segunda mano! ¡De sólo verlos dan ganas de gritar! ¡No tienen imaginación, ni fantasía, ni ensueño de ninguna especie!
El Merluza gira hacia Eva
A ver, ¿cuánto tiempo demoró en elegirlos?
Bueno, yo…
¡Ni cinco minutos, apuesto!
Escena 5
Escena quinta
Seria.
¡Beto! Dejé abierta la puerta anoche… No entraste.
El Merluza se concentra en su trabajo.
Te esperé…
Pausa; sonrisa incierta
Y ya que no entraste, tampoco pudiste darte cuenta que hasta me puse, anoche, una camisa de dormir especial… La camisa que usé en mi primera noche de…
ríe vagamente
«amor». Después, mi marido me la hacía poner en nuestros aniversarios. Un camisón largo, celeste, con dos rosetas, aquí, sobre el escote… Un camisón que mantiene el olor de los pinos de San Esteban… Mi marido opinaba así, al menos… Que guardaba el aroma de nuestra primera noche bajo los pinos de San Esteban… Con las olas del mar rompiendo muy cerca, casi a nuestros pies… Y la luna… La luna eterna,
Sonríe
una luna intrusa y amiga, presenciando nuestra… «pasión»…
Espera
¿Lo creerías tú, Beto? ¿Que yo sería capaz de eso? ¿De una noche de pasión bajo los pinos, con sólo la luna de testigo, y el camisón celeste de almohada?
Se lleva la mano a la frente
No parecería, ¿no es cierto? Eso es lo que te hace tan injusto: que no crees que eso es posible, o que ya no sea posible. ¿Porque tú crees que ya no es posible, no es cierto?
El Merluza trabaja. Un gesto vago, huidizo; una sonrisa incierta; un breve desvanecimiento.
Que una solterona como yo, ¡oh Dios!, se despoje de su pudor y abra sus brazos al amor… Con sólo el aroma de los pinos de testigo… Y la luna intrusa…
Lo mira
¡Contéstame!… ¡Ni oyes lo que digo!
Va sobre la radio y la corta con un ademán nervioso.
¡Contéstame! ¿Lo crees posible?
El Merluza ha terminado su silla. La levanta en el aire. La sacude en triunfo.
¡La terminé! ¡La terminé! ¡Ahora me gustaría invitar al Mario a que viera esto! ¡Le cerraría la jeta al pesimista! ¡Largueros firmes, bien ensamblados! ¡Respaldo duro, como se pide! ¡Firmeza en toda la línea! ¡Siempre se lo dije a Fabián! Lo que pasa con nosotros, loco -le dije- es que no sabemos comprar. Nos quejamos. Nos lamentamos. Partimos siempre de la base que no podremos comprar nunca lo que queremos. Nos pasamos todo el día… ¿Cómo dijo usted ayer? ¡»Autocondoliéndonos»! ¡Eso es! «Autocondoliéndonos». Tiene gracia, ¿sabe?… «Autocondoliéndonos».
Sentencioso de pronto. Pomposo.
¡Para el que no sabe comprar, nada bueno le cabe esperar! Para el que no sabe adquirir, sólo le cabe… morir!
Ríe
¡Me salió verso, sin esfuerzo!
Muestra la silla a Eva
¿Le gusta?
Me gusta
¡Mentira! Lo dice por una motivación secreta encerrada ahí, en esa cabeza suya. Lo dice por compasión. Conozco los síntomas en la voz. Conozco cada inflexión de la voz; cuando alguien habla por misericordia. Es la voz del que baja la mano para dar algo, que es distinta a la voz del que sube la mano para recibir. A ver, diga: «Me gusta tu silla»…
Me gusta tu silla
El Merluza da un grito, de triunfo
¿Ve? ¡Ahí está! ¡Ese temblor incierto! ¡Usted me tiene compasión!
El Merluza sacude la silla
Esta silla es horrible. Mal gusto. Mal armada. Los largueros no juntan. El respaldo se desarma.
Comienza a desarmarla.
Las piezas no ajustan. Se ve la mano sin clase.
A cada ocurrencia va soltando una pieza de la silla hechiza.
Sin refinamiento… Chata… Primitiva… Ordinaria… De una concepción hecha por un hombre… del Pueblo!
Bota al suelo los restos que quedan.
Esa silla merecía estar junto a un fogón de trapos sucios a la orilla del río, y no en un bonito departamento de la Plaza España.
Descansa
El fin de una quimera.
Mira a Eva
Debió haberlo dicho, sin embargo.
Tras pausa, con naturalidad.
¿Por qué iba a decirte algo que no siento?
Porque esto establece un abismo entre usted y yo, ¿comprende? Un abismo que es tan ancho como una vuelta a la tierra entera
Declamatorio, impersonal, sentencioso nuevamente
La piedad es el puente colgante roto que une la ira con una guata contenta.
Sonríe con su sonrisa vacía en toda la cara
¿Le gustó eso?
¡Oh, Dios, Beto! ¿Cómo debo tomarte?
El Merluza la mira desolado
Te juro que no sé. Desde que llegaste te abrí la puerta de mi casa; te recibí en ella, con todo mi cariño. Procuré darte todo lo que tengo, pero tú persistes en… ignorarme.
Durante todo el parlamento siguiente, El Merluza está allá en medio de la habitación, y mientras Eva habla, todo en él va tomando un aire desolado, como de niño culpable que recibe una reprimenda por una falta que ya no puede reparar.
Te hablo con cariño y me respondes con una ironía. Quiero ser sincera contigo y me rechazas diciendo que miento. Hago lo posible por borrar entre nosotros todo signo que te recuerde tu pobreza, pero insistes en recordártelo…
El Merluza comienza a temblar. Es el niño desamparado que tiene frío, que tiene miedo. La mínima expresión, disminuida y triste, del niño de las ruinas, hambriento, desvalido.
No soy esa mujer rica, desalmada y frívola que pareces ver en mí. Soy una pobre mujer sola. Muy sola, Beto… Una mujer ávida de amistad y cariño… Te ofrezco mi corazón, Beto.
Va sobre él y le toma la cara. El Merluza tiembla. Un temblor que lo estremece y que no puede controlar.
¡Oh, mi amor, cálmate! ¡Tu mujercita está aquí contigo y te va a dar todo el calor que te han negado!
El Merluza mira ante sí al vacío
¡Beto, mírame! ¡Estoy aquí!… Te quiero, ¿me oyes? Te quiero…
Lo sacude
¡Mírame! ¡Por amor a Dios, mírame!
Lo sacude más violentamente
Te estoy hablando! ¡Escúchame!
Lo estremece
¡Escúchame, maldito!
Nada. Cae a sus pies. Lentamente El Merluza deja de temblar. Están así un largo rato. Sigue sonando «El vals de las libélulas», en el vacío.
Todavía no me ha dicho cómo me queda la tenida de tenis.
Lo dice sin mirarla, con los ojos clavados en el vacío. Eva lanza un grito
¡Ohhh! ¡Tu soberbia es tan grande que no quieres que te ayuden!
Eva se levanta. Iracunda.
¿Nadie se puede acercar a tu preciosa persona, eh? ¡Bueno, yo te voy a decir lo que pareces en esa tenida!
Toma las flores de papel y los demás objetos de papel y se los lanza a medida que habla
¿Sabes lo que pareces? ¡Un monigote ridículo y grotesco! ¡Ni siquiera pecho tienes! Ni siquiera espalda tienes.
Espera su reacción, que no se produce
¡Tú no tienes espalda. Tienes joroba!
Espera. Con voz desfallecida
¡Tú no tienes músculos! Tienes… ganchos…
Larga pausa
Lejano, muy tenuemente, como recitando
Y entonces desde la espesura, salió volando un pajarillo. Voló un instante sobre el verde follaje…
¡Oh!..
Sobre las escenas llenas de luz. Vuela, pequeño Corsario, le dije
Eva se tapa los oídos
Vuela pajarillo…
El Merluza la mira con sonrisa misericordiosa. Se sienta junto a ella. Sentencioso
El amor es la tregua entre dos agotamientos. El amor es la dentadura rota en una boca hambrienta… ¿Qué me dice? ¿Le gustó?
Lo mira con ojos llorosos
Quiero que te vayas
El Merluza la mira perplejo.
¿Me está echando afuera?
Sí.
¿Y qué voy a hacer?
¡No me importa! ¡Ándate!
Se lo dije al Mario… Le dije… Esa gente que vive en los departamentos de la Plaza España, a la primera contrariedad, se escabullen en una buena sinfonía o en la procesión del Carmen
Se levanta
¿Sabe lo que vi hacer una vez a un mono en el circo? Ese mono trataba de llegar donde su mona, pero no podía, porque los habían separado en jaulas diferentes y se lo impedían los barrotes. Sería como la una de la tarde cuando lo vi tratar de allegarse junto a ella por primera vez. En la noche todavía no lo había conseguido, pero segura tratando. Tenía el pecho todo sanguinolento y los dientes mellados contra los fierros, pero aún persistía. Cuando al fin lo consiguió, fue al día siguiente, cuando llevaron a la mona al sepelio de su compañero… Triste, ¿no?…
Tiene ganas de conversar. Se sienta a los pies de Eva. Cruza las piernas en actitud hindú
Ése es amor, ¿ve? Eso, naturalmente, siempre que el amor aún exista. San Simón, el tonto del Puente de la Constitución, dice que no. En verdad, tampoco lo dice, siquiera. Uno no hace más que deducirlo, dada su actitud tan… peculiar. ¿Sabe lo que hace, o lo que no hace? Se está sentado noche y día, sobre el pretil del puente, mirando el agua que pasa. Si uno le habla: nada. Si uno lo puncetea: nada. Si uno le grita: ¡Uuuuuh!: nada. Simplemente ya no le interesa nada. Ha llegado a ese estado de absoluto renunciamiento a la vida donde ya ni siquiera la lucha es posible. Dicen que un día una paloma hizo nido en su sombrero y que no se dio cuenta. Es leyenda, naturalmente, pero ilustra la situación, ¿no cree?
¿No oíste lo que pedí?
¿Qué?
Que te fueras…
¿Usted cree eso? ¿Qué hemos llegado a ese punto de desnutrición espiritual, donde ya ni siquiera la lucha es posible?
Eva se levanta. Da un grito y huye hacia el dormitorio. Se encierra en él. El Merluza la mira huir. Se acerca a la jaula.
¿Lo crees tú, Corsario?
Lo columpia a manotazos
¿Qué hemos llegado a ese punto de desamor donde ya ni siquiera el amor es posible?
Le da golpes más violentos. La jaula casi golpea el techo. Como en una entrevista, ridiculizando los clichés.
«¿Lo cree usted, señor Caricontento? ¿Qué el alma humana se encuentra en un lamentable estado de postración espiritual donde ya ni siquiera la confianza mutua es posible? ¿Lo cree usted, señorita Sonrisa?».
Da un manotón a la jaula
¿Lo crees tú, pájaro maricón? ¿Ah? ¿Qué dices? ¿No crees tú, que volarte, así, de la pieza, sin despedirte siquiera, fue una mariconada muy grande, pájaro cabrón? ¿Qué dices? ¿Ah?
La jaula se destroza contra la pared.