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La Taguada
De Luis Barrales, basada en la novela de Andrés Montero
Personajes
PERSONAJES
Claudia
Paula
Manuel
Moisés
Escena 1
Escena 1
Se oye el mito de Taguada y De la Rosa narrado por los payadores.
Se inicia el mil ochocientos
Chile ya es libre de España,
Y su valiente campaña
La grita a los cuatro vientos.
Se despiertan sentimientos
Y crean no magnifico,
De una euforia que replico
Todo parece posible,
Se siente el roto invencible
Y puede vencer al rico.
Cuando fue este contrapunto
De estos grandes payadores,
Palidecieron las flores
Y uno de ellos fue difunto.
Y hoy al tratar este asunto
Pienso en que fue dolorosa,
Esa gesta portentosa
En que probaron su suerte,
Dos que payaron a muerte
Taguada con de la Rosa.
Fue el cruce de dos caminos
el choque de dos estados,
De la Rosa un hacendado
y el Mulato un inquilino.
De lo humano y lo divino
de lo dulce y lo salobre,
era el oro contra el cobre
argumentando en sus bases;
lucha de verso y de clases,
los ricos contra los pobres.
Una historia de valor
Que don Diego Muñoz narra,
La buscó Violeta Parra
Y su hermano Nicanor.
Juan Uribe en el folclor
La busca hasta por los andes,
Lizana y García grandes
La estudiaron con afán;
como don Juan Radrigán
y Antonio Acevedo Hernández.
Así se forjó el país
Con mitos y con leyendas,
A fuerza de peón y haciendas
Desde su misma raíz.
Pues de esta patria infeliz
De la fuerza o la razón,
El jornal contra el patrón
Son el motor de la historia
Y si no hacemos memoria
Se repite la canción.
Hoy es más amplio el criterio
y amplia también es la urgencia
por confirmar la existencia
del poético misterio.
De la cuna al cementerio
de la derrota a la gloria
todos haremos memoria
aquí en esta virtual aula;
bienvenidas Claudia y Paula
Contadoras de esta historia.
Paula y Claudia, de buen humor.
Vamos viendo quién comienza
Que tenemos poco tiempo
No vale decir vergüenza
No me acuerdo, ni lo siento
Claudia, sorprendida, no encuentra respuesta.
Dudo (Nota: expresión que se usa para pedir pausa o tregua en un juego.
Creo que en la zona central se usa la palabra Boli)
Partiste.
Venimos de muy lejos. Estamos cansadas, así que voy a hablar rápido y mal.
Toma y muestra un grueso cuaderno
Este cuaderno me lo dejó mi madre. Y a ella su madre, y a su madre la suya, y así hasta mi tataratatara abuela, que fue la primera dueña. Está forrado en cuero de caballo de caballo.
¿Cómo sabes que es de caballo?
Por el olor, huele a miedo intenso. ¿Has visto un caballo asustado?
Qué cosa más terrible. Parecen humanos.
Niños, parecen. (Vuelve al cuaderno) Hiede. Pero al tacto es tan suave que pareciera no
existir. (Tomando el cuaderno) Ahí hay algo importante: hay cosas que parecen suaves,
pero no pueden ocultar su olor. El cuaderno es una clase de diario que fue pasando de
vida en vida. Una vez que una madre moría, pasaba a la hija, como una especie de
herencia que ha atravesado tres siglos y hace poco, hace muy poco, pasó a mis manos.
Cuéntale qué dice.
Claudia suspira en una A larga.
Prefiero no hablar de eso
Que es cosa muy ominosa
Pare’ que llevo en los huesos
Sangre de los De la Rosa
Eso qué nuevo tendría
Cosa de verte la cara
En cambio mirai la mía
Vai a ver una Taguada
No lo digo de genérico
Tampoco en la metafórica
No es nada un asunto histérico
Sino una verdad histórica
Paula, sorprendida, no encuentra respuesta.
Paula (gesto)
Te toca.
Paula toma un documento.
Esto que tengo acá es la escritura de una propiedad que me heredó mi madre. No supe de ella hasta el día en que murió. En verdad nunca supe que mi mamá tuviera alguna propiedad. La noche que murió me encerré con la escritura, tomé un cuaderno y un puñado de porotos y me puse a sembrar a mi familia sobre el papel. Quería entender de dónde venía.
¿La propiedad?
Paula titubea.
Claro. Partí de abajo hacia arriba: yo y mis hermanos, un renglón más arriba papás y tíos, arriba los abuelos y ahí se cortaba el árbol, sin echar raíces… Qué habrá ocurrido ahí, en ese tajo, en ese hachazo que echó el árbol abajo.
Es bien común que ocurra eso. Es una cuestión de clase.
No, no es de clase, porque a los mapuche los han hecho los más pobres de Chile y son
capaces de recitarte su parentela hacia los lados hasta Argentina, y hacia atrás hasta
antes de la llegada de Valdivia.
No nombrís a ese culiao.
Huelupcan: hasta antes de la llegada de Inés de Suárez. Hay que hacerlos callar, porque
pueden pasar la noche entera alrededor del fogón y mientras uno cuenta los mayores le
cuchichean al oído los pormenores a los más chicos, lo más chistoso, triste, bello y trágico
que haya tenido el pariente referido… y yo de mi madre adorada, no tenía idea siquiera
que tenía una propiedad en San Vicente.
¿En San Vicente de Tagua-Tagua?
A las afueras, en verdad. Lo que pasa es que mi madre me heredó… una tumba.
Un mausoleo en el cementerio de ese pueblo que ni siquiera conocía.
Claudia está a punto de reír.
A mi también de dio tentación de risa. Pero cuando abrí la puerta se me pasó: la bocanada
de aire encerrado me hizo retroceder un par de pasos o un par de siglos, no sé, pero
aguanté la respiración y las ganas de vomitar… es curioso eso.
¿Qué?
Aguantar el respiro y la arcada. Se va a repetir mucho.
No te preocupes, yo voy a hablar rápido y mal.
Aguantando el respiro y la arcada, entré. Dentro había una docena de tumbas dispuestas
horizontalmente en dos grupos enfrentados y un puñal tallado en piedra en cada una.
Ninguna tenía nombre y había un nicho vacío.
¿Qué pasó después?
Pausa.
Te toca.
En el cuaderno mi madre, mi abuela, mi… mis madres voy a decir para sintetizar rápido y
mal, mis madres habían puesto sus vidas, o lo que quiseron de ellas, a veces en palabras,
otras en fotos o dibujos, flores que se secaron…
En la tapa hay una flor.
Una rosa, sí. Este es el cuaderno de la rosa.
¿Así le decían?
Así. No es fácil de seguir. A veces salta de un tiempo a otro sin aviso, tiene pasajes
completamente ilegibles, hojas en blanco y otras… arrancadas de cuajo. Pero entre todos
los pequeños documentos me quedé en una foto. Esta foto.
Se proyecta la imagen de la gran familia.
Es un familión de patrones e inquilinos mezclados. Mira esa joven.
Es casi una niña.
No pasaba de los 15 años. Es mi tataratatara abuela. Fíjate en en su mirada…
no mira la cámara y es de una tristeza infinita, como si no quisiera estar ahí. Desde que vi
esta foto no pude dejar de pensar en ella. Hasta que esta joven, mi tataratatara abuela,
esta joven…
¿Qué? ¿Esta joven qué?
Pausa larga en la que Claudia se arma de valor para decir lo increíble.
Me vino a visitar.
Escena 2
Escena 2
PAYADORES: La Noche de San Juan
Nuestro hemisferio recarga
De energía su hemiciclo,
Termina y se inicia el ciclo,
Esta es la noche más larga.
Historias dulces y amargas
Hay un pacto en el meollo,
Que el ricachón en su enrollo
Ha hecho con el satán;
Es la noche de San Juan
Nuestro carnaval criollo.
Y por ser la noche de oro
Trepa a la copa ligera,
Busca la flor de la higuera
Y encontrarás tu tesoro.
Y si te sobra el decoro
En esa noche de farra,
Cantarás como cigarra
Aunque tengas tono ronco,
Si te sientas en el tronco
Abrazando una guitarra.
Nuestro año nuevo que aflora
y a nuestros pueblos ampara;
We Tripantu, Machaq Mara
Inti Raimy, Aringa Ora.
El payador, la cantora
Sacan su voz a pasear,
Hay fiesta en todo lugar
Es noche de frenesí,
Pero cuidado que aquí
Todo podría pasar.
Claudia sonríe, armándose de valor.
En el cuaderno también hay recetas de comidas.
Mi mamá también tenía su cuadernito con recetas.
Pero no son solo las recetas peladas. Se nota que le gustaba escribir y puede que este
cuaderno fuera el único lugar donde se le soltaban las alas. Vienen con anotaciones y
consejos, largos y bellos. Si se iba a asar un cordero, por ejemplo, la receta dice cómo se
crían los mejores y qué había que decirles cuando se los mataba.
¿Lo qué había que decirles?
Había que susurrarle, mirándolos a los ojos, que se les iba a matar para San Juan, un
cumpleaños o algún funeral, que iban ayudar a reunir a una familia o a recibir a unos
viajeros. Se les pedía permiso y comprensión, para que no huyeran.
Qué justo sería eso. ¿Quieres comer carne? Bueno, ánda, mírala a los ojos y mátala.
Cuenta qué pasó.
(Música. Cuerdas de guitarrón.)
Un día me puse a hacer la receta de unos pequenes que aparecían en el cuaderno y de
pajarona di vuelta el frasco de harina arriba del cuaderno, que cayó al suelo, quedó la
escoba. Puteando, empecé a limpiar el cuaderno, sacando la harina despacito. Cuando
cayó había quedado abierto sobre una de las hojas en blanco y arriba le quedó una capita
blanca de harina y ahí pude ver… aparecieron palabras.
¿Cómo?
Grabadas, en relieve, como cuando… en el colegió se jugaba a mandarse mensajes así,
se escribía firme sobre en una hoja que después se arrancaba y se mandaba la de abajo.
Se le pasaba por arriba, despacito, un lapiza mina y podía leerse el mensaje,
“Paula te amo”, porque la de abajo había guardado todo.
Vivan las minas… ¿Qué decía?
Lo importante es lo que empezó a decir, porque desde esa noche empecé a dejarle el
cuaderno abierto arriba de la mesa de la cocina, un lápiz y un vaso de agua. En la mañana,
con un colador, yo tamizaba un poco de harina sobre la página. Y leía. Te toca.
Tengo aquí una ley de Estado
El archivo ‘el mausoleo
Y documentos privados
Elige tú cuál te leo.
El mausoleo, mausoleo, porque rima con hueveo.
Dice la canción que la tumba será de los libres. A mi mamá la enterramos en San Vicente,
en el nicho vacío del mausoleo que me había heredado.
¿Era su voluntad?
Sí, era… Cuando terminó la ceremonia, toda la familia se fue a almorzar al pueblo.
Nunca se constata más la inutilidad masculina que en velorios y funerales, la muerte los
vuelve tontos, así que tuve que quedarme yo a hacer los últimos trámites y ahí arrinconé
al administrador del cementerio: tenía que decirme con quienes mi mamá compartía
sepultura, porque si no es cosa cualquiera con quién se va a la cama, menos lo va a ser
con quién se va a la tumba.
La mesa, la cama, la tumba, todas esas horizontalidades. Muy importante.
El administrador habló. Los cementerios son el mar de la historia: todos las vidas, que están hechas de agua, terminan ahí. Había conservado el archivo muy cuidadosamente esperando
este momento. Mira.
Se ve la imagen del registro del mausoleo.
Desde entonces, pasó por todas estas manos, parte aquí, con este apellido, el mismo tuyo,
mira la casualidad, pero aquí cambia y se vuelve el de mi madre y así sigue hasta hoy,
que aparezco yo. Te toca.
Claudia, sorprendida, no sabe qué decir.
Gallina. El administrador dijo que el cementerio se levantó sobre las tierras donadas por la familia más rica de la zona. Y que este fue el primer mausoleo. Su mausoleo. El de ellos que ahora es mío. ¿Qué tenía que ver la familia más rica de la zona con la de mi
madre, que apenas tuvo, ahora entiendo, dónde caerse muerta?Pero lo extraño no era eso. El administrador también me entregó esto, que encontraron cuando abrieron el nicho vacío.
Es un sobre con una carta y una foto. Elige.
Me estai pidiendo que elija
Tempestad o terremoto
Las dos son como una ouija
Con susto, elijo la foto
Toma.
Paula muestra la misma foto que antes ha mostrado Claudia, la del familión.
Conchetumadre…
Quiero que te fijes en este indio hermoso. A él mira tu tataratatarabuela. No es de tristeza
la mirada, es enamoramiento. Fíjate trás su espalda.
Se ven las dos fotos en paralelo, casi idénticas. Cada una mira la suya.
Parece una especie de escopeta…
Tibio, pero es un guitarrón.
Tal vez un arcabuz…
Es un guitarrón, pero caliente.
O una carabina.
Como el aguardiente y es un guitarrón.
Claudia mira y muestra su foto: en la espalda del indio se aprecia una bayoneta.
¡Es una bayoneta! ¡En la mía tiene una bayoneta!
Se comparan Ambas fotos: en una, claramente, tiene en la espalda un guitarrón,
en la otra, una bayoneta.
Conchatumadre…
A ver si tení respuesta
Para semenjante embrujo
Te voy a igualar la apuesta
Y le sumaré un dibujo.
Escena 3
Escena 3
Claudia muestra un dibujo de un muchacho con rasgos indígenas, el mismo que ha
señalado Paula.
Bello como viento. Lo dibujó mi tataratatarabuela la primera noche que le dejé el cuaderno.
Después fue escribiendo cartas y yo me di cuenta que que lo que hacía era volver a escribir
las hojas que alguién había arrancado de cuajo, cartas para él, para tu indio, cartas que eran
ruegos y que al parecer nunca recibieron respuesta porque se fueron convirtiendo en lamentos.
Le pedía que volviera
¿Qué volviera de dónde?
Evita con sus palabras
Nombrar a la suerte perra
Si no grita ni lo ladra
Es porque andaba en la
Guerra. ¡La carta! ¡La carta es de un soldado de la guerra del Pacífico! Escucha (Lee)
Allá clavamos la bandera chilena y vimos morir a hombres que eran casi niños y a otros
dormir abrazados a sus piernas amputadas por la metralla propia y ajena.
¿Qué tiene que ver?
Yo tampoco entendía, pero ahora sí. Cuenta de un milico loco con cara de indio que por las noches cantaba con un guitarrón. **Sonido de guitarrón** . Escucha (Lee) Lo único que sabíamos de él era que venía del valle de Colchagua. Una noche desperté con el sonido de su guitarrón que llegaba con el viento. No tenía sueño, así que salí de la carpa y caminé siguiendo la música. Cuando estuve cerca me tiré al suelo, con la
cara hacia las estrellas, para oírlo sin que se diera cuenta…
¿Para qué se tiró al suelo?
Para escuchar, ¿qué no estai escuchando? (A Lucy) Dígale algo. Escucha lo que dice, aunque no te convenga. (Lee) Esa noche no entendí de qué trataba su canto pero en las siguientes comprendí que era el duelo entre el mulato Taguada y don Javier de la Rosa y también supe que ese hombre no iba a regresar nunca.
Mira esto: Si no respondió sus cartas fue porque una mañana despertamos con la noticia: lo encontraron con las marcas de sangre todavía frescas alrededor del cuello estrangulado con una cuerda de su propio guitarrón. No murió en combate y tiene el inmenso honor de haberse ido de este mundo sin llevarse la vida de ningún muchacho peruano o boliviano, tan inocentes como nosotros.
Sus cartas, preciada dama, continuaron llegando y yo me prometí respondérselas apenas regresáramos a nuestra patria con el honor de la victoria y así lo hago ahora. ¿Sabe qué ganamos con el honor de la victoria? Podemos ir al teatro gratis, a veces, si mostramos una credencial.
El pago de Chile.
Esta carta era para tu tataratatarabuela.
Pausa.
Escena 4
Escena 4
¿Quién era el soldado que cantaba?
Tu indio. El mío. El de tu tataratatara abuela que lo dibujaba. ¿Y sabís quién más era? Taguada.
Y tenía razón don Juan Radrigán. Taguada era mapuche, no mulato. Los negros apenas tuvieron
libertad, como 60 años antes, se largaron al calorcito norte que todavía no era Chile, los que se
quedaron fueron los que siempre estuvieron acá, los picunche, ¿qué iba a andar desafiando un
mulato a un patrón? ¿a pito de qué? La mala se la tenían entre los que se quedaron, la tierra
era el asunto/
Una mujer.
La tierra, una mujer, la mujer cómo símbolo de la tierra, o al revés, así se cuentan los mitos,
la tierra, una mujer, la propiedad de los con diuca, así se cuenta la historia. Taguada, el picunche,
se enamoró con la hija del patrón y ese desafío el patrón lo convirtió en duelo.
Silencio. Claudia parece angustiada y vencida
No sé qué tiene el destino
Que me mira con reproche
Le pido un vaso de vino
Me trae un pedazo de noche.
Pausa.
Puede que tú y yo seamos parientes.
Paula ríe.
Invita una piscola antes, pue, pariente.
No es motivo de alegría.
¿No? Estai picá porque te gané.
Claudia mira y muestra a Paula el dibujo del indio, una vez más.